miércoles, 7 de noviembre de 2007

Habichuela

Habichuela
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Íbamos a toda velocidad en el carro de la madre de nuestro amigo, todos teníamos los codos por las ventanas, yo asomaba de cuando en cuando mi cabeza para refrescar mi cara con ese aire nuevo. El paisaje era hermoso: Sembríos de trigo a orillas de una laguna gélida, laguna que me moría por palpar. Todo parecía revestido por un sol térreo.

- Mi amigo detuvo el auto, todos quedamos turbados por su inadvertida decisión.
Bajemos, nos dijo, ese tipo de árboles no se encuentran todos los días. Y era cierto, al bajar me di cuenta de que el árbol estaba en medio de un maizal, parecía un bastón sobre monedas de oro. Nos acercamos presurosos a esa especie de Van Gogh y nos sentimos por momentos en el paraíso de mi amigo.
Nunca he subido a un árbol, dije. Pues serás el último en hacerlo entonces.

- Bueno.

Todos ascendieron sin problema y sin esfuerzo. Me prendí de las ramas pequeñas y alcé mis piernas contra las cicatrices gruesas y asibles del tronco ¿Hasta dónde tengo que subir? Hasta mí ¿Hasta ti? Sí, haz lo que sea pero no mires hacia abajo. Vamos hombre ¿Dónde está el cielo? ¿Dónde están esas habichuelas? ¿Dónde están todos los gigantes?
Dale rampante ¡Vamos!

Mi amigo estaba en la copa del árbol. Bienvenido a mi nido.
Su anillo de plata resplandeció como un diente en la boca de un viejo al acariciarse el pelo.

Prendió un poco de hierba y todos fumamos del mismo envoltorio.
Debí haber traído mi cámara, mi cámara fotográfica, pensé en alto.
Hubo un silencio placentero. Lo abracé por la espalda.
No lo creo, dijo. Hay cosas que se quedan aquí y acá (tocando mi cabeza)




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