miércoles, 9 de mayo de 2007

i griega



i griega

Ylda se había mirado en el espejo por una hora.
Se había estado viendo de cuerpo entero.
Había tenido la precaución de dejar cerrada las persianas que daban a la calle.
Se había desnudado completamente e inspeccionado el reflejo de su cuerpo arrugado y devaluado; marchito, como ella misma sostenía. A su lado, en una mesita pequeña y redonda, Ylda tenía abierto un álbum plomizo de antiguas fotografías suyas y una caja dorada repleta de alhajas, brazaletes de plata, collares, dijes dorados, aretes importados, pulseras………...


Ylda recordaba a la Ilda de piernas torneadas y de pechos fructuosos que había sido. Pensaba en todos esos galanes guapetones que tanto la habían buscado y sireado, en todos esos mentecatos y locos-desquiciados que tanto habían buscado tenerla como mujer. Y es que había sido considerada como la más hermosa muchacha del vecindario y de la avenida. Mientras recordaba reía llorando con lágrimas que derramaba sobre las fotos de tono sepia. Algo desfijadas, cubiertas y protegidas levemente, por papel de seda.
Ahora tocándose los senos y mirando su imagen, de costado, repetía suavecito: Acepto, acepto………….Se abstrajo: La iglesia copada, el vestido de novia blanquísimo, la mano de su padrino, la mano de Ricardo, el velo blanco que no le dejaba ver todo nítidamente, cosa que ella buscaba porque se moría de nervios, de que alguna calamidad pasara, de esa digresión imaginaria del discurso del santo padre hecha por algún novio pretérito y sin cara, la música del coro de los niños de la parroquia entonando la conocida armonía nupcial cuyo compositor no pudo recordar por más que intentó, cosa que realmente la desconectó de su ensoñada visión. Fastidiada, se desconcentró y abrió sus ojos abiertos. Dirigió su mirada al parquet y a la alfombra roja sobre la que ella estaba erguida y descalza. Se quedó viendo sus bragas tiradas en forma de S y los cojines del sillón crema, de la sala de estar, que ella misma, había desperdigado.


Se dio cuenta de que la talla actual de su derrière era mucho mayor que la del día de su luna llena melosa. Qué suspiro, que dio…… Comenzaba a recordar la estancia, el hotel de estrellas, se veía subir por el ascensor, reír y controlar los impulsos de su ya consorte en matrimonio eclesiástico, leía el número 302 del cuarto, se veía recostada semidesnuda en el medio de la cama de 2 plazas, ella mirando la luna por la ventana, él admirando su belleza, la araña de luz colgada sobre sus cabezas iluminando sus cuerpos …………………y .…………………….el timbre de la casa de Ylda sonó.

- Toda la casa estaba en penumbra excepto la parte del espejo, el cual estaba colgado en la pared del corredor que llevaba a la habitación de la única dama en casa: Ylda. En la mesita había una lámpara de madera con una pantalla de cristales opalescentes plasmada de figuras y colores.

Se puso las bragas y las babuchas. Se colocó el camisón de lino y se lavó las manos en el fregadero del baño de la sirvienta (Ya voy, un segundo) la cual había sido echada días antes.
Se mojó un poco el pelo y no pensó en quién podría ser. Menos pensó en ver algún hombre apuesto.
Sin mirar por la mirilla, abrió la puerta.

Era una mujer de 33 años, con la juventud rebosante, los labios carmesí y el cutis de como recién haber hecho el amor.

Hilda ¿Cómo va? ¿La molesté?
- No hija, adelante.
Después de lo que me contó, no pude esperar más y bueno…..aquí estoy, rió.
- Pues, está bien. Tengo ahora más tiempo en casa así que no hay problema.

¿Y dónde lo guarda, dónde lo tiene?
- Antes ¿No te gustaría tomar un cafecito?
La muchacha la miró con una risa reprimida y con los ojos abiertos por entero.
- Bueno, ya veo como estamos.
Ven querida, sígueme, ahora te lo muestro.

Se condujeron hacia el corredor, pasaron por el espejo, la mesita redonda, el cuarto de Ylda y llegaron al final del pasadizo. A un cuarto que tenía un letrero en ruso (Рикардо) ¿Y qué significa eso Ylda? Ni idea. Lo trajo Ricardo en uno de sus viajes……qué sé yo.

Ylda colocó sus manos de uñas largas sobre el pomo de la puerta.

ÇÇÇ

La casa de Ylda quedaba frente al centro cultural Malvinas en La Plata, Argentina. El parque y el centro llevaban ese nombre en honor al conflicto armado entre Argentina y el Reino Unido, que acaeció a comienzos de los 80. La Argentina perdió la guerra y a 649 soldados. Una catástrofe total.

- Ylda acaba de firmar el acta de divorcio. Su matrimonio había durado 50 largos años. No sé las razones por las que se separaron; sin embargo, podría decir, como lo comprobé en los ojos de Ylda, que ya no era la misma persona dulce y feliz que decían que era; ahora era colérica, renegada, amargada de todo y de nada, fastidiada con el mundo y con la gente que la quería.

Ylda se había dedicado a trabajar por 30 años, en el departamento de Policía de la ciudad, como retratista. Le pagaban por descifrar los códigos descriptivos de todas aquellas víctimas o victimarios que pretendían recordar los rostros de los delincuentes, violadores, ladronzuelos, carteristas, hijoputas, desapartados, desarrapados, inocentes, genocidas….
Cuando se casaron pasaron a vivir juntos en una casa en la que también vivían los padres y el abuelo de Ricardo. Ella fue tratada siempre con mucho cariño y sinceramente: lo merecía. Era muy atenta e interesante. Siempre le encantó la cultura, aprender, investigar. Gran parte de su tiempo, y como ella lo dice, con un tono de arrepentimiento, se la pasó metida entre esas 4 paredes, dentro de esa comisaría platense, intentando plasmar en cartulinas corrugadas recuerdos ajenos y desligados a sus pensamientos.
Si bien es cierto que nunca llegó a retratar un rostro tal cual era, muchos casos fueron resueltos y cerrados gracias a sus acercamientos. Las ilustraciones le permitieron al alférez, quien alguna vez logró besarla y que se armase un escándalo, buscar entre los requisitoriados y hallar al culpable o culposo.
El abuelo de Ricardo, Don Ricardo había invertido muy bien su dinero y conseguido vivir holgadamente tan solo de sus ganancias comerciales. Llegó un día en el que se enamoró de los cuadros, de la curaduría, de la vida bohemia, de los artistas y comenzó a formar parte del círculo de los críticos y espectadores de la pintura contemporánea en esa época. Le encantaba: Pettoruti, Corner, Testa, Boggiano, Lee, Anderson, Pastorutti, Grimaldos. En uno de los viajes que hizo a Italia conoció a un pintor muy de cerca, un pintor que había dejado su país con la intención de buscar nuevas técnicas e ideas nuevas. Su amistad se entrelazó firmemente y Don Ricardo lo comenzó a ver como el hijo pintor que nunca pudo tener, ya que Ricardo, el padre de Ricardo, el esposo de Hilda, fue un médico consagrado en la línea de gastroenterología. Don Ricardo comenzó a apreciar los trazos, la pasión, la visión de este pintor en formación, con una admiración imponderable. Uno de las impresiones más fuertes para Don Ricardo fue el conocer la buhardilla en la que vivía el pintor pintando. Ahí se dio cuenta del estado calamitoso y estrechísimo en el que vivía. Es por eso que los dos decidieron hacer un viaje a Francia en el que rentaron una casa y se dedicaron a absorber todo lo que el aire francés en esa época les pudo expeler.
Impresión, impresionismo.


Teófilo Castillo, había nacido en Carhuaz, ciudad apacible y hermosa, amarilla cual flor de retama, ubicada a 30 kilómetros al norte de Huaraz, provincia de Ancash. Teófilo siguió la pauta impresionista y comenzó a trabajar incansablemente. El viaje, aconsejado por Boudat, su maestro cubano, le había cambiado la vida. Había aprendido mucho más que en toda su otra antigua existencia. Su perspectiva ahora era distinta y mucho más amplia. Los cuadros de Teófilo comenzaron a ser valorados por la crítica. Se casó con una española en Buenos Aires para después viajar a Tucumán, sitio donde construyó su propio taller. En ese tiempo tuvo un acercamiento providencial con quien vendría a ser su gran mentor y amigo entrañable: Mariano Fortuny (pintor catalán)
Su influencia era y es evidente. Sus cuadros comenzaron a tener cierto halo que lo unía inherentemente con el pintor español. Sin embargo, aún no poseía esa impronta definida, compacta, que solo años más tarde obtendría. Y es que los dos seguían la misma tendencia y estilo, pero no los mismos temas, los de Teófilo serían distintos.

Don Ricardo acostumbraba a viajar, a buscar, a pasar una temporada, siempre que podía, junto a le peruvianne, como él lo llamaba. Sus visitas eran balsámicas y reflexivas. Don Ricardo siempre lo veía trabajar desde la mecedora de mimbre, comprada especialmente para él, y con la pipa encendida.

Al regresar a Perú, ya como un pintor consagrado Teófilo abrió los primeros tomos de las tradiciones peruanas de Ricardo Palma y quedó fascinado. Las ideas comenzaron a bullir. En esa estadía en Lima pintó algunos cuadros que ya son del acervo cultural para todos sus compatriotas, como: Los funerales de Santa Rosa, el templo de las Calesas o la procesión.
Don Ricardo fue el que le pagó todas esas excursiones. Él había dispuesto su casa en La Plata como un almacén de los trabajos de Castillo hechos en Europa y que no pudo llevar consigo. Los exhibía cuidadosamente y también los tenía puestos en venta entre el cenáculo, los amantes del arte y los amantes de los gustos de Don Ricardo, es decir de los adinerados con túmulo.
Fue en Pedernales, España, donde Teófilo pinta la casita que lo acogió en esos días en óleo sobre lienzo. Una casita, nada extraordinaria, rústica, con un paisaje de nubes blancas y el rededor de naturaleza viva, verde. Como en todos sus demás trabajos, en la esquina izquierda o derecha inferior, con un pincel fino escribía: T. Castillo.
En este lienzo la firma estaba pintada a la izquierda y con un azul ultramar.

El cuadro le fue entregado a Don Ricardo la última vez que Teófilo y él se vieron, como un obsequio. Un obsequio, a su más grande consejero, admirador, amigo y mecenas.
Luego los dos partieron: Don Ricardo falleció y Teófilo se desterró.


ÇÇÇ

La mano de Ylda ya giraba el pomo de la puerta.
Perdón hija pero debo advertirte que el cuarto está lleno de polvo ¿No eres alérgica, no?
-No, señora.
Por favor, querida, no me digas señora. Dime Ilda.



Ayúdame aquí, sostenlo de este lado, yo lo sostendré del otro.
-uPa, pesa…¿No?
Igual que los años ¿Te parece que tengo 70?
- (Se quedó pensativa) No usted parece de 50. Está regia señora.
Ay, perdón, digo: querida Hilda.

Las 2 salieron cargando un objeto cubierto por una sábana blanca sucia y negrísima. La apoyaron cerca al espejo en el mismo corredor.

-Sería mejor abrir las persianas. Estamos en penumbra.
Bueno…. aunque mejor, salgamos al patiecito.
-Sí, eso.

Abrieron una puerta corrediza y salieron a un espacio pequeño sin techo, rodeado de macetas y una jaula sin canario. La ventana de la casa vecina estaba abierta y un niño contemplaba el día mirando hacia arriba, el niño bajó la mirada justo cuando ellas destapaban el coso.

Bueno ahí lo tienes.
-Es hermoso…………… bárbaro ……. es un Castillo.
La muchacha acarició el lienzo despaciosamente.



Se quedó mirando la firma echa con azul ultramar.

- Dice: T.Castillo………………
Sacó un libro empastado por ella y comenzó a hojearlo.…………………….. Pues sí, parece que es una obra perdida, no figura con las otras ni tampoco en el catálogo, no hay referencia alguna…………

Sí y ahora que estoy a punto de mudarme a una casita más pequeña, porque aquí hay demasiado espacio para mí solita, necesito deshacerme del cuadro lo antes posible.

- La entiendo. Pero al parecer ha sido restaurado antes. Hay cierto maltrato en la tela y me hace suponer que alguien lo haya manoseado.

Ummmm……… me parece que algo de eso hubo. No recuerdo bien……..creo haberle escuchado hablar a Ricardo sobre un restaurador platense que casi estropea el cuadro o algo así.
-¿Lo ve? Pero no es algo catastrófico, no se alarme. Habría que comenzar a trabajarlo, a limpiarlo, a sacarle la nicotina pegada ¿usted fuma?

-¿No me invita un cigarro?
Claro.

Mientras encendía el cigarro que Carla tenía entre los labios, Ylda comenzó a contarle que la familia de Teófilo Castillo había venido hace unos años a llevarse los cuadros olvidados y dejados a Don Ricardo bajo su recaudo. Los habían trasladado por barco y con documentos certificados que los posesionaban como los únicos herederos de su obra y de todos sus trabajos.
- ¿Y cómo supieron que los cuadros estaban aquí?
- Al fallecer encontraron un cuaderno de apuntes en el que se especificaban la lista de las obras en vida, algunos nombres de conocidos, referencias, anécdotas, direcciones, historias, bagatelas. Eran las memorias que el Sr. Castillo había estado escribiendo antes de morir….
- ¿Y esta obra?
No sé….

El cuadro medía un 1metro40x90

Las 2 trabajaron juntas. Ylda y Carla se hicieron muy amigas en el ínterin. Charlaban horas, tomaban café, fumaban sin parar.
Un día Carla llegó con una noticia y se emocionaron al máximo.
Carla había tasado el cuadro, el precio acomodado era de: $70 000.
Ilda sintió correr por su sangre un arder, una fogosidad insuperable. Ese día dejó caer la tacita de porcelana china sobre el parquet. La tacita se rompió.

Ylda decía que si Teófilo Castillo estuviese vivo se hubiese vuelto a casar con él, con un hombre verdadero, sensible, de manos doradas, únicas.

Ilda comenzó a vestirse con colores estrafalarios, con pieles de animales, carteras con colores de vaca, alambres sobre la basta. Comenzó a usar lápices labiales color púrpura.




Hilda estaba más que agradecida con Carla.
Había realizado un trabajo insuperable y minucioso. La labor de la niña había hecho que el cuadro restaurado se viera como recién terminado de pincelar. Es más, a los pocos días de haber acabado su función, Carla moviendo algunas influencias y haciendo uso de sus encantos, había conseguido que el cuadro participara en una subasta internacional que se iba a realizar en Buenos Aires el fin de semana. Más de 100 obras de arte se pondrían a la venta en la mayor exposición argentina del año.

Las dos se levantaron ese día temprano y llegaron con 5 horas de anticipación.
Ilda y Carla se sentaron, en primera fila, frente al estrado y al micrófono en forma de helado de chocolate negro. Carla parecía un cisne con ese vestido de plumas que se había conseguido prestar e Ilda, ……………..eh…….Ilda había llevado un traje rosado, con un escote pronunciado y unos tacones plateados.

Las exposiciones comenzaron con el rugir y los aplausos exigidos. Los asistentes en la sala estaban con muchas ansias por comprar y aumentar su colección, sus extraordinarias pinacotecas. Los cuadros eran vendidos, más o menos, al doble del precio con el que eran ofrecidos. Ilda y Carla siempre alzaban la mano apenas comenzaban a ofertar. Sabían, que era imposible, que no haya otra persona que no buscase superar la cifra que ellas pedían, eran muy sabidas.

Un mozo con una bandeja de plata le proporcionaba vino tinto a toda la audiencia. Uno podía pedir hasta el hartazgo ya que había un carrito metálico rodante repleto de botellas Petrus y de cajas de vino de color rosado, vino que hacía un buen juego con la apariencia de Ylda, quién no dudo en optar por beber de ese líquido premonitorio.
Al ver reposar en el caballete blanco la casita de campo con las nubes y la naturaleza verde, Ylda derramó la copita de vino de sus labios y pensó en Ricardo. Pensó en el vil y traicionero Ricardo, que ahora estaba con una jovencita de 26 años lejos y fuera de su casa, de su cama, de su frazada, lejos de ella. Seguro paseando, caminando, de la manito, con su nueva concubina, muy orondo el descarado, por la calles de Stalingrado, Venecia, Frankfurt o de Lima.

La curadora narró la historia del cuadro, habló sobre Teófilo Castillo sobre Don Ricardo, sobre lo invalorable que podría ser para un coleccionista obtener esta pieza perdida. La gente aplaudió. Al parecer era lo más interesante hasta el momento en la subasta, se pensaba.
Y ciertamente el dinero se triplicó ya no eran $70 000 sino $210 000 lo que pensaban dar por el cuadro.
Algunos hombres jóvenes ya ponían sus ojos en la señora de la primera fila. Se codeaban señalándola con la cabeza y con una risa resuelta: Sí, ella, ella, la del traje rosado.
Entonces, vendido a las 3…vendido….a las 2……vendido……………….. a la...el mazo martilleo la madera. Vendido a la señora del sombrero blanco…………………………………………..…………………………………los aplausos se escuchaban…………....
La señora del sombrero blanco se abanicaba una cara rojísima. La suma final fue $300 000.

- Si quieren saber mi opinión, a mí gusto el cuadro era mediocre y no era bueno, era muy simplón, muy de momento, demasiado personal. Lo que sí era provocativo era el anzuelo, esa historia de la obra perdida, esa historia legítima.
Me hubiese encantado haber podido charlar con la señora del sombrero blanco. Preguntarle sobre sus gustos artísticos, sobre sus abanicos, tocarle un poco esos cachetes empolvados……………...……………………………….. ¿Qué pensaría Teo?....umm……………………….pues creo que Teófilo lo hubiese enterrado junto a Don Ricardo, en el cementerio.

Ya en bambalinas Ilda y Carla festejaban.
Ilda estaba ebria y Carla ya había guardado el anillo de su novio.
Ylda recibiría el 70% y Carla el resto más sus honorarios.
Los cheques se estaban haciendo en una mesa color cobre.
Todo estaba deviniendo conforme estaba prefijado.
2 hombres enternados se acercaron a Ilda por sus flancos.

Señora ¿Es usted algo de Don Ricardo?
Ella muy orgullosa dijo: Pues claro. Su nieto es mi marido………(y con una mirada pícara) Bueno, era..…………queridito, ......hip…hip………...................... hip



Ah ya veo. Déjeme decirle que está usted encantadora ésta noche…señorita mía.
- ¿Señorita? pensó Ilda. Quiso retribuir el piropeo: Que buenmozos son….
El hombre le cortó la lisonjea…..: Déjeme decirle que no pude dejar de sorprenderme con tal magnífica historia. Quedé anonadado sinceramente.
Una pintura perdida, una obr………….por favor……………¡Qué hallazgo!
Así es. Ylda sonriente, eructó.

El hombre de bigote que permanecía callado sostenía a Ylda por su brazo izquierdo. Rozaba su cintura de vez en cuando, a consecuencia de los balanceos convulsivos que Ilda ya no lograba controlar. Ylda estaba ebria. Ilda estaba encantada.

Por favor, dijo el joven, que sí había hablado, entregándole un pañuelo. Permítame……
Ylda hizo una venia en señal de gratitud y se dejó limpiar el vestido.

Déjeme presentarme, mi nombre es Juan Castillo, nieto legítimo y único heredero del excepcional pintor, admirado y nombrado el día de hoy Teófilo Castillo. Bueno, lo de admirado no es solo hoy,….. sino….eh….. lo es siempre……..siempre lo es…..…………………...........mi abuelo es reconocidísimo aquí y en todas partes…eh...bueno, bueno……………..

Carla estaba muy lejos de Hilda. Se había quedado conversando con un caballero inglés amante del arte sudamericano.

……….Me explico. Todos nosotros sabemos lo que aquí ha acontecido. Tenemos muy claros los hechos flagrantes y palpables. En resumen le digo: Ese cuadro no puede ser vendido………(dio un gran respiro y continuó),………………no puede ser vendido, sin la respectiva autorización por parte de la familia Castillo, por parte mía, de mis difuntos parientes. Usted, usted señora, está infligiendo la ley, la ley peruana y la ley argentina. Yo estoy decidido a ajusticiar este deleznable hecho.

El hombre del bigote movía la cabeza afirmativamente.
Unas gotas de sudor brotaban del nieto de Castillo, por lo que arrebató el pañuelo de la mano petrificada de Ylda, procediendo a secarse la frente.
Luego, ya un poco más tranquilo prosiguió: Yo estoy dedicado a la curaduría desde hace 40 y pues siempre estoy viajando, yendo a subastas…….y....ehhh……..la otra vez fui testigo de lo que pasó con un gran amigo, el hijo de Gutiérrez,….cielo santo lo que pasó….. lo que quisieron hacer con el trabajo de su padre, lo mismo que quieren que pase hoy con mi familia, pasó con la familia de él,….. los que son Castillo, son Castillo, los que son Gutiérrez, son Gutiérrez, mi familia………………………………………………………………………
Juan Castillo se comenzó a entreverar con su propia prosapia.
Sin embargo acotó: Señora mía, ya tengo experiencia y sé como proceder.
Firme aquí.
Hil- i - Ylda firmó.

El nieto de Castillo le cogió la cara y le dijo: Usted ha hecho lo correcto señora. Y es por eso que le repondré los gastos de la restauración y le obsequiaré una recompensa extra por haber hallado esta pieza inimaginable…...

Los $300 000 fueron escritos a nombre de Juan Castillo.

Si Ylda le hubiese prestado la debida atención a Ricardo. Hubiese sabido que el cuadro había sido un obsequio entregado por Teófilo a su consuegro. Y nada de esto habría sucedido.

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Hilda no volvió a saber nada de Carla.
Ilda comenzó a buscar jóvenes dispuestos a frecuentar su casa.

…….Teniendo las persianas cerradas, la mesita redonda y la lámpara encendida, Ylda se desnudaba con los ojos puestos en el espejo de su vida.



A Letizia