jueves, 3 de mayo de 2007

Mesa dadaísta

Mesa dadaísta

Un café alemán con mesas dentro y fuera, hervía de clientela.
Me aproximé a doblar la esquina rápidamente. Tenía un mal presentimiento: sentía que me iba a encontrar con alguien que conocía. Mientras aceleraba mi avance por el frente del freiheit, así se llama el café, me fijé de que una de las mesas puestas sobre la vereda estaba vacía y repleta. No había nadie, no había ningún ser apoyado en ella. Lo que sí había era un vaso gigante lleno de cerveza con espuma que se extinguía, una lata sin abrir Lindener Spezial (Hannovers Spezielles), una copita con un líquido negro y un recipiente lleno de maníes y pasas.
Me detuve a contemplar ese arte dadaísta mientras mis oídos se llenaban de todo ese barullo de voces, de risas, de idiomas ajenos, de eructos, de vidrios que sonaban en re sostenido. Saqué mi tabaquera del bolsillo, llené mi pipa de pino con ese pasto marronesco y lo incendié con mi zippo color azul.
(La cuestión es fumar sanamente: fumar tabaco puro y no cigarrillos) Mientras intentaba hacer argollitas humosas me encontré con que el diario del día estaba sobre una de las 2 sillas plegables de la mesa que yo veía. Tomé el diario del descanso y me senté a leerlo tranquilamente. También utilicé el cenicero que estaba repleto por colillas y cigarros camel. Terminé la primera sección del diario, la segunda y la tercera. Concluí las 4 primeras secciones y nadie se me acercó. Y no es que yo leyese igual o más rápido que los estudiantes de Ilvem, ni nada por el estilo, todo lo contrario, yo leo lentísimo y me siento muy orgulloso de eso, de ser la tortuga de este cuento. Me quedé observando el vaso de cerveza con amor. Las otras mesas que también estaban sobre la vereda fuera del café, estaban ocupadas por ancianos que tomaban líquidos calientes y también leían el mismo diario. Ninguno atinó a alzar la mirada en todo el tiempo que estuve, en todo el tiempo que estorbé por ahí. Ahora sí que tenía dentro de mí la curiosidad enorme por conocer, por ver a la clienta o cliente que se sentaba aquí y que seguro estaba por allá y no pensaba irme hasta que yo la conociese. Refresqué mi garganta con el vaso olvidado y heladísimo de cerveza ahora mía. La mesa se desequilibraba por una de las patas, así que le coloqué una servilleta doblada. Me dispuse a comer de los bocaditos. Solo comí los maníes ya que las pasas no son mucho de mi agrado, procedí a volver a llenar mi pipa y darme más fuego. Terminé el periódico entero y ella jamás llegó. Ella debe estar en el tocador, así son las mujeres cuando se ponen lindas para uno, pensé. Abrí la lata de cerveza Lindener Spezial (Hannovers Spezielles) y la terminé de 2 sorbos. Estaba un poco molesto ¿Cómo se le ocurre hacerme esperar tanto, quién se cree qué es, esa alemana? La cerveza en lata estuvo mucho mejor que la del vaso ya que había estado cerrada y no a la intemperie. Comencé a trocear el periódico y a quemarlo como queriendo llamar la atención de los viejos que leían, quería que me vieran, que se asombraran, que se distrajeran; pero ninguno de ellos se molestó en siquiera hacerme una mueca. Me quedé viendo la copita de líquido negro por minutos enteros, supuse que era una cerveza negra pasadísima, sin espuma. Ahogué las pasas en la copita. Ya estaba un poco pegado por el alcohol. Me sorbí de una el traguito. Lo terminé en seguida y lo vomité en siguiente. No soporté la indigesta, era una cosa nauseabunda, un asco, el líquido negro tenía un sabor horripilante y no era cerveza malta, de eso estoy seguro. Comencé a escupir las pasas que no me tragué sobre la pista oscura y de rodillas.
Mientras hacía esto con los ojos cerrados y acuclillado, pensaba en lo que haría después. Pensaba, levantarme, ir hacia el mesero, ser directo, decir lo que yo había hecho y estaba esperando; comentarle algo sobre la primera plana del diario del día de hoy, obtener la esperadísima respuesta: (la cuenta) la ubicación de la mujer, de esa mujer hermosa y linda, risueña, alemana, que hablaba español, rubia, hermosa, risueña, alemana, que hablaba español. Freihet, farenheit. Mientras me levantaba de mi asquerosa vomitada, escuché como el sonido de unas monedas cerca de mí. Un hombre se aproximó corriendo a recogerlas o a recoger eso que al caer al suelo sonaba como monedas. Ya no pensaba fumar más, pensaba levantarme solamente y cuando alcé la mirada, me di con el desquicio de que todas las mesas que estaban afuera habían sido guardadas, incluso la mía, los viejos lectores habían desaparecido y el local, el café, estaba cerrado por dentro y con las ventanas cubiertas por esa lona de toldo.
Se escuchaba el bullicio de los ebrios que estaban aún celebrando y a pesar de que pateé la puerta con todas mis fuerzas, nadie salió a golpearme. Comencé a caminar, dejando atrás el cafetín alemán, con el cuerpo rojísimo de cólera. Me imaginé estrellándome montado en una Harley contra la entrada cerrada, me vi quebrando un poste de luz y dándole un porrazo al café, como si fuese un golpe de bat de béisbol. Me vi yendo directamente a la barra y encontrándome con esa alemona hermosa.
Cuando quise sacar mi pipa para encenderla me di con la sorpresa de que la tabaquera ya no estaba conmigo. Maldita sea, la tabaquera del abuelo, me dije.

Montando una bicicleta rosada, Marisol pasaba. Venía por la calle transversal y se detuvo de perfil a mí, a causa del semáforo en rojo. Le toqué las nalgas y ella volteó gritando. Me vio y luego me besó en la comisura del labio haciendo el sonido del beso en la mejilla. Se rió de verme, así de feliz, siendo tan temprano y yo que le hice una seña con los dedos que entendió a la perfección por lo que de su cartera sacó un sobrecito de gamuza. Luego me pidió la pipa. Me la llenó completa y al ponérmela en la boca me la prendió. Mientras la fumaba le acaricié las piernas, ella me dijo que regresaba al instante, que solo iba a guardar su bicicleta en casa.
Seguí caminando, pipa y tabaco. Caminé hacia la plaza de adoquines rojizos mirando mis mocasines. Este tabaco que me había dado Marisol me sabía a opio, y no dejé de reírme y de pensar en ella. Me senté en una banca desolada que daba al frente de la cola de carros claxoneantes. Comencé a contar todos los volkswagens azules y blancos que veía, cuando de la nada, de nuevo, volví a escuchar ese sonido como de monedas cerca mío. Mi mirada se acercó al sonido. Miré bien, con los ojos achinados, y me sorprendí al ver la tabaquera, mi perdida tabaquera plateada, yaciendo como una equis del tesoro incompleta. Alcé la mano con desesperación hacia ella casi cayéndome de la banca y un señor muy alto y regordete al verme tan desesperado me la acercó con amabilidad. Yo lo quedé mirando y él a mí, fijamente. Creo que lloré, al ver a mi abuelo en su rostro. El hombre me alzó de la banca y me comenzó a guiar, a servirme de bastón. Estaba mareadísimo por el alcohol, por lo de Marisol y por los adoquines. Sacó de su gabán una botellita de vidrio transparente y en una copita me sirvió un poco del líquido que contenía. Lo sorbí de una. Casi me desplomo, todo fue como un retroceso, como una visión arrugada. Caí a los rectangulitos dejando caer la pipa y el tabaco verde.
Después de dar algunas arcadas de rodillas quedé tendido sobre esos cuadraditos rojos, sobre ese playgo. El sol me alumbraba la mejilla derecha. El ojo mío que daba al cielo se mantuvo abierto, mirando el rostro sonriente del hombre que me había alcanzado la tabaquera. Y con esos dientes salidos me dijo: danke schön y se rió mucho más fuerte que antes. Sentía el sabor en la boca del líquido negro, era el mismo líquido nauseabundo del cafetín, estoy seguro de eso. Con mucho esfuerzo por levantarme solo conseguía gatear, mi pipa se había quedado atrás, y yo gateaba lentísimo como la tortuga que soy al leer. Y el hombre a mi compás, sombreándome, y el hombre que ahora comenzaba a fumar haciendo argollas.
Una caja de cigarrillos camel cayó cerca de mí. Él hombre erguido a mi lado y yo, como si fuese su can, acuclillado, andaba como si me estuviese sacando a pasear.
Ya no sentía mis manos ni mis piernas y cuando mi cuerpo se desvanecía y me iba de cara contra los adoquines del color de mi sangre; mi cuello giró un poco hacia atrás, hacia Marisol que ya empezaba a correr con una mano en la frente y la otra en mi pipa, trayendo a un policía.

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onomatopeya …………………...........................

2 comentarios:

Lumía dijo...

Estancado.. ayer hablaba dormida..

claudia lüthi dijo...

Gracias por tu comentario. Tu blog también está interesante. Me gusta esta escritura breve, fragmentaria...